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Estudio en escarlata, Arthur Conan Doyle

“No tiene importancia alguna lo que usted haga en este mundo. La cuestión es lo que puede usted hacer creer a los demás que ha realizado.” Sherlock Holmes le lanza esta premisa a su compañero Watson cuando terminan de resolver su primer caso, Estudio en escarlata. Watson está tremendamente ofendido por la poca importancia que le han dado a Holmes en prensa ante la resolución del caso que él llevó a término. Tanto es así, que en las últimas líneas le dice: “Yo he anotado en mi diario todos los hechos, y el público los sabrá”. En Estudio en escarlata se nos presenta a ambos personajes: “Su estatura sobrepasaba los seis pies, y era tan extraordinariamente enjuto, que producía la impresión de ser aún más alto. Tenía la mirada aguda y penetrante, [...] y su nariz, fina y aguileña, daba al conjunto de sus facciones un aire de viveza y de resolución.” Sherlock ya es un investigador avezado, con una obsesión por la mente y el cuerpo humano que resulta casi enfermiza; toca el violín (un Stradivarius) a horas intempestivas, fuma en pipa, y tiene grandes conocimientos en química. Pero si algo llama la atención es la utilización del método deductivo para conseguir resolver todos sus casos. “Por lo que veo, acaba de llegar usted de Afganistán”, le dice a Watson, médico de profesión y narrador de estas trepidantes aventuras. La narración avanza hasta que vemos el edificio, convertido ahora en museo, en el que pasarán el resto de sus años estos dos personajes de ficción. Quién no ha visitado alguna vez el 221B de Baker Street.

Estudio en Escarlata (publicado en 1887 la revista Beeton’s Christmas Annual) se divide en dos partes. En la primera se nos presenta el caso que compartirán Watson y Holmes. Un muerto aparece en una casa deshabitada. A partir de ahí, la pericia de Holmes, al que todo parece tan sencillo, nos lleva al descubrimiento del asesino antes de que nadie pueda darse cuenta de a quién están buscando. Holmes, con su red de ayudantes (esta vez jóvenes callejeros) consigue lo que dos de los mejores investigadores de Scotland Yard, Lestrade y Gregson, no llegan ni a imaginar.

La segunda parte es, en sí misma, otra historia. La del por qué de los muertos, la de antiguas colonias, la de viejos amores. La narración nos descubre unos paisajes, una forma de vida, como solo los grandes narradores del XIX saben. Con su lectura viajas a esos lugares escondidos entre las montañas, solitarios. La forma de vida mormona, la religión, las huidas, las venganzas. Toda una historia dentro de la propia historia de Sherlock Holmes, que no estuvo exenta de polémica (se presenta a los mormones como polígamos, coaccionadores y, llegado el caso, asesinos).

Todavía nos quedan por conocer grandes personajes: el profesor Moriarty o Mycroft Holmes, que nos mostrarán al Holmes más humano.

El llamado “canon holmesiano” se compone de cuatro novelas y cincuenta y seis relatos, la mayoría publicados en el The Strand Magazine.

Sin lugar a dudas, si no habéis leído a este autor, es el momento de adentraros en su obra más conocida.

Si queréis saber un poco más de esta creación no os perdáis el artículo que apareció en El País hace unos años.





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