Quizá sea esta la frase que define la escritura. Lo que ocurre a nuestro alrededor nos mueve a escribir. También Saramago viene a decir algo similar, los escritores viven de la infelicidad del mundo. Ambas afirmaciones se complementan. Carmen Laforet, referente en nuestra literatura, entiende que lo que sentimos es el combustible para crear un mundo ficcionalizado.
Nada, novela con la que ganó el Premio Nadal, es un reflejo claro de esta afirmación. Un retrato de una sociedad, la que ella misma encontró cuando se trasladó a Barcelona. Realidad y ficción se funden en esta novela; páginas de una historia en las que lo que sufrió, lo que amó y lo que sintió sirvieron para construir un retrato, una fotografía de una sociedad de posguerra, donde lo que acontece a su protagonista pudo ser, y de alguna manera lo fue, ese combustible con el que forjar un relato. Quizá fue una invención real; o una verdad fingida.
También dice Laforet que si uno es escritor, escribe siempre, aunque no quiera hacerlo, aunque trate de escapar a esa dudosa gloria y a ese sufrimiento real que se merece por seguir una vocación. Y no estoy segura, pero creo que se refiere aquí al hecho de observar el mundo que nos envuelve. No es necesario estar siempre con un lápiz en la mano, pero sí, de alguna forma, mantener el consciente (también el subconsciente) activo para que no se borre nada, para que no falle la memoria, y podamos contar ese mundo que nos tocó vivir.
A Carmen Laforet la recordamos por Nada, pero escribió otras novelas y relatos que se empapan de esa realidad social de la época. También se publicó en 2003 la correspondencia que mantuvo con Ramón J. Sender donde la escritora cuenta sus dificultades de ser y escribir como mujer, la inseguridad frente a su obra con la que se muestra muy crítica.
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