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Mapache, de Gabriel Ochoa

Foto del escritor: RosetaRoseta

Espérate al aplauso, Iván. Al del teatro, que es diferente del otro, el de afuera. Allí la realidad es otra. La de quien te golpea en una rutina que has interiorizado. Has aprendido. Y lo que es peor, repetido. Hasta ahora con la voz. Imitas el rugido del tigre, y a veces, alertas de su presencia, de la ferocidad con la que ataca. Quieres proteger al otro sin protegerte a ti. Lo gritas con la mirada, la del mapache, negra, oscura, pero con fuego. El del odio y el del miedo. Una mezcolanza que no terminará bien si alguien no te rescata.

Pero espérate al aplauso, Iván. A veces es difícil entender al otro, lo que cuenta, lo que dice, lo que calla. Sin embargo, hay días, momentos, instantes, en los que se comprende el diálogo. Se interrumpe el mundo y escuchas. Un diálogo entre el actor y tú; solo habla él, pero es suficiente para entender que, esa tarde, hay un mismo lenguaje. Incel, lo aprendiste hace poco, de casualidad. Merlín Bird, también lo entiendes, has paseado con esa aplicación en marcha. Y has enmudecido con el baile de los estorninos y su canto escandaloso porque son muchos, en bandada dispuestos a trasladarse a una zona más cálida para pasar el invierno. Trasladarse no es lo mismo que huir.

No huyen el gorrión común, la paloma bravía, la tórtola turca, el estornino negro y el pinto, el serín verdecillo, ni el pinzón vulgar. Tampoco la lavandera blanca. Hace tiempo salvé a dos de estas. Se cayeron del nido y su madre no volvió a por ellas. No sabían volar, o no lo suficiente. Estuvieron gritando durante horas, un grito asustado. El ser que tenían enfrente no era como ellas. Normalmente no lo somos. Iguales, quiero decir. Pero se trata de escuchar, atender, aguantar el silencio (o el grito asustado), no decaer. Simplemente hay que creer. Creer aunque te digan que no hay nada que hacer, que sin la madre están perdidas, que las probabilidades de que se salven son ínfimas. Pero te levantas cada tres horas, las dejas libres para que puedan seguir volando, las alimentas con un poco de pasta que has hecho en casa. Les das calor entre tu ropa. Y les dices, estoy aquí, no pasa nada. Un abrazo.

Rubén ha creído en ti, Iván. Y casi no le importan las consecuencias. Así que tienes que esperar al aplauso. El del teatro. Aunque esa palabra se haya denigrado, nosotros, los que habitamos ese espacio, sabemos que allí hay magia. La misma que intenta hacer Rubén cuando no le hablas, pero le gritas con tus ojos de mapache. Es un monólogo, dicen, si solo habla una persona. Quizá no. Quizá hay otro lenguaje que hay que entender, que está escondido. El tuyo salta cuando un poco de agua cae sobre el suelo y Rubén quiere limpiar con una toalla. Se desata el miedo. Y nadie entenderá tu lenguaje. Pero Rubén sí. Y no sabemos por qué, quizá tampoco él lo sabe, ha decidido que ese día no se rinde, que si se salva uno, habrá valido la pena; que a los otros también los escucha, pero menos, porque no parecen tan ausentes. Ni tan callados.

Adolescentes en tiempos digitales. Adolescentes que han perdido la capacidad de narrarse. O eso dicen. A Rubén no le importan las estadísticas. Le importa que los jóvenes entren por la puerta y se les abra una ventana. Que los atrape el sol y el calor. Y a ratos, el conocimiento; la trigonometría y el comentario de texto. Formas diferentes de lenguaje.

A Rubén le importa el primero. El del calor. El del abrazo. El del lenguaje que no se ejerce con violencia. El único que él conoce y el que quiere enseñarte.

Espérate al aplauso, Iván. Y tú también Rubén. Que sois el mismo, pero no lo parece. Porque el teatro es magia. Y en una silla vacía, yo veo al otro, su silueta y su miedo. Los movimientos de su cuerpo. Lo veo porque el actor que habla con la silla vacía es Sergio Caballero, y me dice que está ahí, que me lo crea. Y le hago caso. Y cuando se pone una capucha y me dice, ahora soy Iván. También le creo. Casi aceptaría cualquier cosa que dijera, porque el escenario es suyo. Tiene una pizarra, donde también se proyectan imágenes, y una silla, y algún que otro objeto que mueve con soltura.  No le hacen falta. Porque juega con el espacio como si fuera suyo. Lo hace suyo. En una metáfora no muy acertada: se come el escenario.

Lo hace con la palabra y también con el gesto. La expresión de la cara me cuenta que es otro, ahora Rubén, ahora Iván, ahora un chulo de una zona gamer. Le ayuda el texto de Gabi Ochoa, tan acertado; que dice que no es una historia real, pero que está inspirado en una historia real. Y se te rompe un poco el corazón. Se te encoge, igual que en el resto de la obra. Muchos momentos en los que se te hace pequeño el estómago. Pero resuelve muy bien Ochoa, la risa compensa el drama. Destensa. Lo logra rompiendo la cuarta pared, siempre invisible. Y entonces Sergio Caballero, el actor, el que conocemos, nos habla directamente. Nos cuenta cosas; secretos de la profesión. Que no ha escrito él (o quizá sí; quizá en algún ensayo salieron de la nada y se quedaron), pero ahí está la ficción. Y nos reímos. La complicidad. Ese lenguaje compartido. Y entonces, de pronto, otra vez el drama. La historia, que no es real, pero que está inspirada en una historia que está en la calle. En un descampado oscuro. Ese en el que un día, Iván, con miedo, salvó a Rubén. Y Rubén, con un abrazo, salvó a Iván.

Solo había que esperar al aplauso.

La sala Off acogió esta maravilla de obra producida por Bisílaba, una productora joven, la de Gabriel Ochoa y Joana Chilet, que nos han regalado una tarde de buen teatro. Lleno, que no siempre es fácil.

Os dejo unas fotos (cedidas por Salu Cubells) y unos videos para quienes no pudisteis acudir este fin de semana a la sala Off.


FICHA ARTÍSTICA:

Intérpretes: Sergio Caballero, 

Con la colaboración de: María Almudéver, Imma Sancho y Paula Llorens

Producción ejecutiva: Joana Chilet y Gabriel Ochoa

Texto y dirección: Gabriel Ochoa

Música original: Marina Alcantud

Diseño de iluminación: Diego Sánchez

Diseño de escenografía: Diego Sánchez y Juanma Picazo

Atrezzo: Juanma Picazo

Vestuario: María Almudéver

Audiovisuales: Raquel Agea

Diseño gráfico: Ombreta y Ángeles Nogués

Vídeo: Rafa Piqueras

Sonorizaciones: Xavi Mulet (Garatge de so)

Distribución: Ibáñez y Payá Producciones










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