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  • Foto del escritorRoseta

Cinco minutos, de Jerónimo Cornelles


Titula Jerónimo Cornelles Cinco minutos a su último texto teatral. Cinco minutos de charla, cinco minutos de lectura, cinco minutos de risas. No se sabe muy bien cuando entras en el teatro qué serán esos cinco minutos. Tantos libros esparcidos por el suelo narran demasiadas historias que no se pueden contar en cinco minutos.

Podría ser que la representación durara cinco minutos, aunque no. Son más, muchos más, casi imperceptibles y que se pasan en un soplo. De los que arrancarías hasta las milésimas porque necesitas que empiece de nuevo; te gustaría haber descubierto la capacidad de volver atrás, de que el tiempo se rebobinara y aparecieras de nuevo, casi en el último segundo antes de que empiece la función, sentarte, apagar el móvil. Y volver a empezar. Aunque con el texto aprendido, y los detalles. Las metáforas. La música. El aroma. Las palabras escritas en los márgenes.

Me gusta que Jerónimo Cornelles escriba siempre desde los márgenes. Desde ese lugar en el que transitar, en el que preguntarte dónde estás tú, qué lugar ocupas y cuánto tiempo tardarás en reconocerte en esa imagen que quieres borrar. En esa imagen, la de la metáfora, que escondes porque duele.

Matar a un ruiseñor es una novela maravillosa. Pero si me la encontrara con otra historia, igual pero diferente, escrita en los márgenes, la guardaría en un cajón secreto, como el que utiliza su protagonista para esconder el pasado.

El pasado se amaga, se nutre de nuevos momentos para emborronarse, se juega con él. Pero regresa. Siempre.

Quizá esos cinco minutos sean un volver al pasado y reconocerse. O tal vez son una historia inventada por la demencia, repleta de imágenes, de emociones, de recuerdos. O quizá sólo son una excusa para la soledad, aunque haya alguien, desde el otro lado, que te obligue a reconocerte. La soledad tiene mucho de eso, de interpelarte desde lo más hondo. Y la literatura, la que se lee y la que se escribe, la que se canta, y hasta la que se baila desde la misma soledad son Cinco minutos.

Podría contar decenas de sentimientos que rodaron en ese viaje que nos regalaron Jerónimo Cornelles y Laura Useleti. Pero no serían suficientes para explicar los matices, eso que se escapa, que se siente y se marcha, una luz es suficiente, un cigarrillo, un baile. Están los Cinco minutos repletos de olores, de música, de detalles. Lloramos. Al menos los que estábamos cerca lo hicimos. Unas lágrimas cuando sabes el final. Se asoman y te dicen, ay, esos márgenes de la escritura.

Podría contar detalles y momentos. Pero me basta con decir que Laura Useleti se come el escenario. Lo impregna con sus gestos, con los rasgos, con el movimiento. Y Jerónimo Cornelles se lo bebe, el gesto, el movimiento y el espacio. Lo acompaña como una peonza sujeta a la bailarina.

El texto dramático se siente, se escucha, no solo se oye. Y se vive. Sin duda, al menos para mí, el mejor de Cornelles.

A veces, Cinco minutos bastan para recuperar una vida. Y una tarde de buen teatro.


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