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El principito, Antoine de Saint-Exupéry

“Las personas mayores nunca son capaces de comprender las cosas por sí mismas, y es muy aburrido para los niños tener que darles una y otra vez explicaciones”. Esta es una de las frases que más me impacta de este relato poético-filosófico escrito por el francés Antoine de Saint-Expéry, El Principito, que ayer celebraba el septuagésimo séptimo aniversario de su publicación. Una lectura que se necesita a lo largo de los años (no es texto de una sola vez). Novela para adultos (aunque lo hayamos leído de niñas), para que nos demos cuenta de que es lo que nos ocurre al hacernos mayores. Qué hemos hecho a lo largo de nuestra vida. Qué pasó con esa inocencia que nos cubría cuando niños.

No solo del mundo de los adultos habla este Principito, también lo hace, con una gran profundidad literaria, con una emotividad que llega hasta lo hondo, temas como la soledad, el amor, el dolor o la muerte. La filosofía que encierra es tan grande que uno ha de asumir que está leyendo una especie de legado filosófico.

La edición de bolsillo data de 1982. Tenía entonces seis años. Tardé al menos dos o tres años más en leerlo. Lo recuerdo bien. Probablemente entendí bien lo que decía aquel Principito, pese a que entonces no entendiera toda esa carga filosófica. Creo que, como a David Trueba (os recomiendo acceder a la entrevista entera), no sabía bien qué leía, pero me embargó esa emoción de leer un libro, de mayores. Le preguntan cuál es su primer recuerdo literario, a lo que responde: “Daban el entierro de Franco en la tele y un amigo de mis hermanos me había regalado El principito. Yo aún no iba al colegio, pero como había dibujos y mi hermano me iba leyendo, tenía la sensación de jugar a leer.”

Este texto, con los años, ha sido libro de cabecera. He vuelto a él en múltiples ocasiones. Y siempre acaba sorprendiéndome, no solo su escritura, su filosofía, sino cómo he conseguido olvidar todo lo que allí leí unos años atrás. El mundo de los adultos, pues, se vive a través de una neblina, de una opacidad (a veces grande) que impide sentir, observar, estimar eso que nos rodea. De qué sirve tenerlo todo si no tienes nada (“Lo esencial es invisible a los ojos”).

Igualmente me he sentido atrapada en muchas ocasiones por el encuentro entre el zorro y el Principito. Ese momento en el que cobran significado las relaciones humanas, la amistad en toda la amplitud de la palabra.

Lástima que su autor muriera un año más tarde, pues seguro nos hubiera regalado otras tantas historias (tal vez no de un principito) que nos hubieran hecho reflexionar, ahondar en nuestra existencia.

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