Escribir una novela. El temblor (I)
- Roseta
- 20 jun
- 2 Min. de lectura
No siempre sé que estoy escribiendo una novela. Parece una frase de manual, pero os prometo que es así. Desde siempre me recuerdo contándome historias en mi cabeza que nunca pasaron al papel. Pero era mi forma de evadirme, de imaginar y soñar. Inventar mundos y personajes.
Así que, muchas veces, siento que no estoy escribiendo, solo contándome otras vidas.
En otras ocasiones, aparece una imagen: alguien parado frente a una ventana, un coche cubierto de polvo, un niño que llora. Algo pequeño, casi insignificante, pero que se queda clavado dentro. Y ahí empieza todo.
No hay argumento. Ni estructura. Ni propósito. Solo una intuición. Un temblor.
Y ese temblor se convierte en obsesión. En necesidad. Como si no escribir fuera traicionar algo invisible. Y ahí surgen personajes, escenas que sé que no veré en la novela, pero que me sirven para conocer a sus protagonistas. Escenas que me van marcando una trama, pequeña, pero que me indica hacia dónde debo ir.
No pienso en lectores ni en proyectos editoriales. Solo quiero saber quiénes son esas personas y qué les pasa en su vida, nada más. Quizá se hagan grandes y formen parte de una novela. Tal vez no, y solo es una historia más que necesitaba contarme.
Pero para mí es importante ese pálpito, esa necesidad de narrar. Y entonces abro mi libreta y escribo unas frase que, casi seguro, no sobrevivirán a la primera corrección. Pero esas frases son el punto de partida que se me ha agarrado dentro.
Porque las novelas, al menos en mi caso, son así, intuitivas, impredecibles. Casi siempre me obligan a mirar donde no quería, a recordar lo que había enterrado. A preguntarme cosas que preferiría no contestar.
Todo empieza con un temblor. Y todo lo que viene después... es una novela. Una historia de personajes-persona.
Comments