Escribir una novela
- Roseta
- 10 jun
- 1 Min. de lectura
Escribir una novela es como abrir una puerta hacia un mundo que solo tú puedes ver. Al principio, todo es impulso: las palabras salen atropelladas, desordenadas, vivas. Los personajes te hablan al oído, te piden paso, te empujan. Hay una magia irrepetible en ese primer borrador, cuando aún no sabes del todo a dónde vas, pero estás dispuesta a dejarte llevar.
Y entonces llega la corrección.
Corregir es mirar de frente a lo que escribiste con el corazón en llamas y pensar: “Esto no basta”. Es un acto de humildad y de resistencia. Es volver sobre tus pasos y descubrir grietas, frases que no dicen nada, escenas que sobran, personajes que piden a gritos ser protagonistas.
No siempre es placentero. Hay días en que sientes que no avanzas, que has releído el mismo párrafo cinco veces y cada vez te gusta menos. Hay momentos de duda, incluso de hastío. ¿Por qué lo hago? ¿Para qué? ¿Vale la pena?
Y ahí está el secreto: si sigues, si resistes, si vuelves a amar esa historia aun cuando conoces todos sus defectos… ahí es donde quedarse.
Lograr que la historia que te contaron cobre forma, diga sus palabras, que cada personaje entre a formar parte de ese mundo que un día se forjó en tu cabeza.
Si eres capaz de dejar que sean esas personitas las que hablen, quien te lea sentirá la verdad que se esconde detrás de cada palabra.
Y entonces todo, incluso las noches de pelea con una coma, tendrá sentido y, sobre todo, será maravilloso.
Así es el proceso de escribir una novela, duro, constante, humilde... y muy placentero.
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