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Documentarse para una novela

Quizá os parezca extraño que hoy haya decidido contestar a vuestras preguntas a través del blog, cuando el canal donde nació esa curiosidad sana fue Instagram. Pero aquí estamos, hablando de personajes, intrahistoria y documentación.

Me preguntabais allí cómo fue documentarse para escribir Negra y Oscura. Os respondo:

Largo y doloroso. Hermoso, a veces. Quizá esas son las palabras que resumen ese tiempo en que entender la historia era casi más importante que escribir la novela. Porque para crear, aunque se haga desde la ficción, es necesario empatizar con los personajes, amarlos con sus defectos y virtudes, no juzgar sus actos… Y eso, a veces, resulta complicado. Más, si esos protagonistas arrastran una historia real. Imaginad, entonces, cómo se siente la historia.

No penséis que organicé la trama y sus personajes. Como siempre digo, mis novelas brotan del caos. Por eso, en cuanto surgió esa imagen disparadora que ya conocéis (la famosa frase) escribí una escena. Después, me dediqué a buscar novelas que contaran la historia de Coll del Mollet. Sí, esa villa existe, aunque algunas de las escenas que narro no sucedieron tal y como se cuentan. Así descubrí un tiempo que desconocía, con sus curiosidades y cotidianidades; gentes que paseaban por su ciudad, que dejaban correr el tiempo.

Hasta que la calma se ahogó.

Un fuego a lo lejos. Unas noticias que hablaban de batallas.

Seguí indagando. Tuve la suerte de poder escuchar el relato de algunas personas que vivieron ese tiempo. Hijos e hijas de la guerra. Su testimonio fue clave para crear esos personajes que pululan por Negra y Oscura. Eran los primeros días. Desorientación. Miedo. Miradas recelosas.

Había mucho material que rescatar. Pasé bastante tiempo tomando notas sobre cómo se desarrollaron los tres años de contienda, cómo sucedían los días, cómo algunos alimentos desaparecían de la rutina. Lo cotidiano tenía que cobrar forma para que resultara creíble. «No es una historia más de la guerra civil». Esta es una frase que me repetís aquellas personas que os habéis acercado a la novela. Y me hace feliz, porque creo entenderos; no es solo una guerra, es cómo sus gentes vivieron los días y las horas, los miedos y la incertidumbre. Las ausencias.

Algunos de los protagonistas de Coll del Mollet fueron a la guerra. Y trasladaron su vida a las trincheras. El campo, las noches, las batallas. Algunos perros consiguieron escapar de la metralla. El cigarro fumado a escondidas para que el enemigo no te vea. El miedo a morir. Y el miedo a matar.

Entender esos días fue un proceso del que me llevo muchos momentos de lágrimas. También tiempo en el que desaparecía de la vida y me marchaba a la batalla. Tiempos en los que, sin querer, la tristeza se apoderaba de mí porque estaba en medio de una guerra. Instantes en que sus luchas eran las mías, en los que corríamos campo a través para que no nos alcanzara las balas. Días en los que salvamos la vida a quienes creímos muertos.

Días en los que enterramos amigos.

Sólo había una forma de estar allí, con cada uno de esos protagonistas. Con los que levantaban el puño un 18 de julio, y con los que cayeron rendidos al oír un último comunicado: «En el día de hoy, cautivo y desarmado el ejército rojo, han alcanzado las tropas nacionales sus últimos objetivos militares. La Guerra ha terminado». Sólo había una forma, y era trasladarme a ese tiempo, a esos tres años que relataron los periodistas de guerra. Devoré cada uno de los diarios de aquella época, leí de sus anécdotas en la batalla, de sus pequeñas victorias y de sus derrotas. De cómo sonaba la metralla en la noche. De cómo el paqueo del enemigo se hacía eterno después de muchos días sin dormir.

El insomnio, el frío, las balas y hasta los piojos fueron compañeros de guerra.

La prensa me ha regalado una historia real que he ficcionado para que nuestros protagonistas (nuestros amigos, como los he llamado a veces) pudieran llegar a esos momentos que se narraban en los diarios. Ramona, casi seguro, no conoció a Felipe; pero estoy convencida de que existió una Ramona como la que se coló un día en esta novela. No lo supe entonces, pero un recurso literario se convirtió en uno de los personajes que más admiro. Supongo que ella, cuando apareció en la historia, hizo lo posible por quedarse; me despertaba en la noche y me contaba. Y yo, claro, acepté encantada cada una de sus vivencias.

Y como Ramona surgieron otros. Muchos, creo. Pero una historia de la guerra civil no se cuenta con cinco personajes de una misma familia. Ese fue el inicio de todo. Contar una historia familiar. De ahí investigar la vida en Coll del Mollet. Después, claro, aparecieron un montón de protagonistas que, sin yo quererlo, venían con su mundo, su historia, su pasado y sus luchas. Sus uniformes y sus pistolas. Las noches de confesiones, y el amor. A ratos.

Poco más. Tres años y medio en los que la prensa, los ensayos, las novelas que hablan de guerras, y los testimonios de quienes vivieron ese tiempo me ayudaron a gestar una historia. La de Negra y Oscura.


O también puedes ver el book trailer que crearon mis editores 👇👇




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