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  • Foto del escritorRoseta

Miguel Hernández

Recuerdo a Miguel Hernández en un aula de Filología. Una clase donde no se escuchaba una mosca. Y es literal. Ni las moscas machadianas se atrevían en aquel lugar. Todo silencio. Todo inquietud. Que nadie hable si no se le pide. Escuchen y reflexionen. Escuchen poesía y reflexionen sobre ella. Recuerdo a Miguel Hernández leído con miedo, por si el tono, la pausa, el ritmo no se correspondía. También recuerdo a Miguel Hernández estudiado con minuciosidad, con amor a su poesía. Con detalles que, a cualquiera de los que estábamos inmóviles en pupitre, se nos hubieran ocurrido, por más que la inspiración se hubiera presentado allí mismo. No creáis que es un mal recuerdo. Al contrario. Repetí con aquella persona que me enseñó a entender la poesía siempre que pude. Incluso en mi tesina (aunque me dijeran que estaba loca) y en mi tesis, por supuesto. A los maestros, aunque no se les comprenda, hay que admirarlos. Por eso, todavía hoy, recuerdo ‘El rayo que no cesa’ como obra maestra. Me la explicó así. La entendí de igual manera. Dicen de él, que es su libro más completo, el del desamor, el que bebe de Góngora y de los trovadores, del fracaso y el rechazo. No sé si es la más completa; a mí, Miguel Hernández me parece un genio del que nos privaron. De su poesía, a nosotros. A él, de su vida.

Si queréis saber un poco más sobre este poemario, os recomiendo el siguiente artículo:



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