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  • Foto del escritorRoseta

Mi pequeña librería

A finales de noviembre David Bollero publicaba un artículo en el diario Público en el que hablaba de la crisis que estaban atravesando las librerías de barrio (https://blogs.publico.es/david-bollero/2019/11/27/aniquiladores-de-librerias/. Esos lugares entrañables por los que nos paseamos mientras decidimos qué libro entrará a formar parte de nuestra estantería. Entonces, recuerdo, comentaba en mi perfil de instagram que en esos lugares te guardan el último libro de tu autora favorita (a la memoria se me viene una vez en la que, incluso, me regalaron el libro antes de que saliera a la venta públicamente; un secreto inconfesable...), sus dueños te saludan por la calle; o te mandan un mensaje si te dejaste un encargo sin recoger y ya es la hora de cerrar. Esos libreros, cómo no, esperan a que tú llegues, Lo haces de corre prisa (porque te habías olvidado por completo de que lo necesitabas para la mañana siguiente), estirando de la correa de tu perra, para la que siempre tienen una caricia, y hasta un premio. Esas personas que se esconden detrás de un mostrador, a veces, te llaman para preguntarte cómo te va la vida, porque hace mucho que no te ven, y te preguntan cómo está ese familiar que permanecía ingresado y que, por fin, está de vuelta en casa.

Esa es la vida de las librerías, de los libreros y, por extensión, de las tiendas de barrio.

Os cuento todo esto porque hace unos días aparecía otro artículo, esta vez en el diario El País, en el que, a tenor de las circunstancias que ahora nos envuelven, parece que algunos de estos amigos echarán el cierre (https://elpais.com/cultura/2020-03-27/libros-como-pan-caliente.html). Me pregunto entre todo este maremágnum a cuántos de ellos voy a dejar de ver, a cuántos voy a dejar de abrazar. Dónde quedarán esos encargos recogidos a última hora, porque en esos lugares impersonales que alguna vez frecuentamos no nos quieren tanto. Serles fiel parece la única salida que nos queda si ellos son capaces de aguantar este tirón.

Me gustaría pensar, como Luis Landero, que “Una librería es como una catedral para los creyentes, el centro del mundo” y que cuando todo esto pase volveremos a nuestras catedrales, las visitaremos, y ellas, con una sonrisa, nos seguirán aguardando.


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